dejar de publicar en este blog, dejar de escribir para sustrato, dejar de grabar para fragmentos, de coordinar el club de escritura. dejar de comprar carretes, hacer fotos analógicas, llevarlas a revelar. dejar de llevar la videocámara a los viajes, de descargar el material en la memoria externa, de editarlos. dejar de aprender cosas. dejar de estar disponible, de responder whatsapps, emails, mensajes privados en instagram, canales en slack. dejar de abrir el portal al cartero, al repartidor, al rider, al vecino que se ha dejado las llaves en casa. dejar de coger el teléfono a mi asesora de abanca y al robot de recursos humanos y a los amigos que llaman sin avisar. dejar de esforzarme por ser mejor persona. dejar la terapia, dejar la nutricionista, dejar el fitboxing. dejar de comprar libros, de leerlos, de valorarlos en goodreads. dejar de escuchar podcasts. de dar ocho mil pasos al día, de incluir verduras en todas las comidas, de merendar fruta y almendras tostadas, de cenar temprano, de tomar hierro en ayunas y un kiwi o un zumo de naranja de veinte a treinta minutos después. dejar de estar al día con las series y películas imprescindibles de netflix, de apple tv, de max, de movistar+, de filmin, de prime video. dejar las rutinas domésticas. dejar de poner lavadoras, de colgar la ropa y de descolgarla y doblarla y guardarla en el armario. dejar de meter los platos sucios en el lavavajillas, de sacarlos cuando están limpios, de colocar la cubertería en el cesto y los platos y los cuencos en el mueble de la cocina y las tazas en el otro mueble de la cocina. dejar de hacer la compra. dejar de quitar el polvo de las superficies con una bayeta de microfibra y de aspirar pelo de la perra del sofá y de la cama y del suelo. dejar de regar las plantas y de arrancarles las flores secas. dejar de hacer la cama, de colocar los cojines, de estirar las mantas. dejar de cambiar las sábanas, de sacudir el edredón, de sacarlo en invierno y guardarlo en verano. dejar de sacar la basura, de separar el cartón. dejar de ducharme, de lavarme el pelo, de exfoliarme la cara, de hidratarme la piel, de cepillarme los dientes, de quitarme pelos de las cejas con una pinza, de arrancarme el bigote con tiras de cera fría, de pasarme la cuchilla por las piernas y las axilas. de echarme gotas de cafeína en las ojeras y sérum de nosequé en las pestañas. dejar de limpiarme las uñas, de cortarme las uñas, de pintarme las uñas. dejar de decolorarme el pelo dos veces al año, de lavármelo con champú morado una vez a la semana, de darme aceite reparador en las puntas. dejar de mantener el coche. dejar de llevarlo a lavar, de moverlo cada dos semanas, de pasar por el taller para la revisión, de someterlo a la inspección técnica de vehículos una vez al año, de quitarle una pegatina de un color y ponerle otra de otro color. dejar de trabajar. dejar de poner alarmas para interrumpir el sueño, de saltar de la cama, de preguntarle a alexa qué temperatura va a hacer hoy en madrid, de vestirme, de calzarme, de preparar la mochila con el portátil y los cascos para las reuniones y el badge de seguridad para poder entrar en la oficina. de coger el cercanías, de subir por las escaleras mecánicas, de calentar un tupper de wetaca en el microondas de la cocina, de entrar en reuniones, hacer follow ups, revisar métricas. dejar de pagar el alquiler, la luz, el agua, la calefacción, spotify premium, cincuenta gigas en la nube. dejar de ir a conciertos, al teatro, de ir de brunch, de vermut, de salir a cenar, de quedar a tomar un café, de apuntarme los jueves a las cañas de después del trabajo. dejar de viajar. de pedir vacaciones con dos meses de antelación, de reservar vuelos, de buscar bookings, airbnbs, hostales, de hacer free tours, de comprar souvenirs para mis amigos, para mis padres, para mí. dejar de ir al médico. dejar de hacerme analíticas dos veces al año, de hacer el primer pis del día en un bote, de metérmelo en el bolsillo todavía caliente, de entregárselo a la enfermera envuelto en papel de cocina. de poner un brazo para que me busquen las venas, luego el otro, luego el dorso de la mano. dejar de presionar un algodón en la zona durante un rato para evitar moratones. dejar de anotar cosas en mi lista de deseos, dejar de hacer regalos, de comprar ropa, de pedir por amazon, por temu, por glovo. dejar las apps de citas, de discutir con chatgpt, de googlear cuánto cuesta congelar óvulos, de calcular cuánto dinero necesito para comprar una casa con terreno en la costa alentejana de portugal y cuánto tiempo me queda para decidir si quiero ser madre. dejar de saludar a desconocidos en los ascensores, de sonreír al conductor del autobús, de dar las gracias al que me sirve un café para llevar por las mañanas. dejarlo todo.
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Como no puedo dejarlo todo para siempre (o no quiero), lo que hago es dejar de hacer casi todas esas cosas uno o dos días al mes (el primer o segundo día de menstruación, para ser exactas).
Excepto dejar de ir al trabajo (por lo que sea, no soy rica, todavía), dejo todo lo demás. Dejo las tareas del hogar a un lado, dejo la vajilla sin fregar, el suelo sin barrer, que las motas de polvo se fusionen con mis muebles, la ropa tendida sin recoger, dejo de ir a la piscina, al rocódromo, a correr, dejo de exigirme estar al día de cualquier cosa, dejo el whatsapp, dejo los emails, dejo de interactuar con gente, amigas, familia, dejo de estar disponible, dejo las citas médicas, dejo la lista de la compra en el imán de la nevera, dejo las sartenes en su sitio, descongelo un tupper de lentejas y me pongo la serie más confortable y mala que encuentre y sucumbo al sofá. Los primeros dos meses cuesta, luego ya te acostumbras y ahora mismo es el único ritual al que le soy fiel (o al menos, eso intento).
vente al campo conmigo un finde y déjalo todo