en esta carta escribo sobre lo que quería ser de mayor cuando era pequeña. sobre ser hija. sobre cuando te llevan en brazos a la cama. sobre mi relación con mi madre. sobre mi relación con mi padre. sobre la autoridad aprendida. sobre aquellos días de octubre. sobre las fobias que se desbloquean pasados los 30. y al final una carta escrita a mano que le envié a mis padres cuando tenía doce años.
no me canso de contar que cuando era pequeña y un adulto me preguntaba qué quería ser de mayor, respondía muy seria — yo, siempre hija. hay que ver, la criatura — me imagino que pensaría mi interlocutor.
a mí esta anécdota me produce ternura y gracia a partes iguales. pero también mucha, muchísima curiosidad. me encantaría mirar a esa niña a los ojos y preguntarle inmediatamente después — ¿qué es eso que quieres ser siempre? pero como no puedo, me tendré que conformar con hacerme la pregunta ahora: ¿qué es eso que sentía siendo hija y no quería perder jamás?
creo que sé por dónde van los tiros, la verdad. y es que lo que me sobrevolaba entonces y me sigue acompañando ahora es una sensación de amparo innegociable.
tengo que decir que el amparo no es un concepto que haya formado parte de mi cultura personal toda la vida. fue mi amiga nieves la que hace unos años y en una conversación que a penas recuerdo me regaló la posibilidad de poner nombre a todo aquello que mis padres (y nada más que ellos) me habían hecho sentir.
para mí, amparo es que te saquen del coche en brazos para llevarte a la cama sin que te despiertes después de un viaje largo. que te recojan del campamento de verano cuando llamas llorando desde la cabina porque no quieres estar allí. amparo es que se sometan a horas y horas y horas de carretera para que no tengas que hacer una mudanza sola, ni llegar a un lugar nuevo sola, ni celebrar un triunfo sola, ni doler sola una pérdida. amparo es lo radicalmente opuesto al abandono.
con esto no quiero decir que la relación con mis padres sea impecable. con mi madre ha sido por lo general amable (a excepción de alguna que otra crisis en que he hecho todos mis esfuerzos por demostrar que también puedo ser una hija absolutamente negligente). y ahora que las dos somos adultas, más: hacemos viajes, charlamos sobre la vida, vamos de compras, a musicales, y en general disfrutamos de nuestra compañía. aunque a ella le encanta recordarme de vez en cuando que no es mi colega de patio.
con mi padre no ha sido tan fácil, los dos lo sabemos. me gusta pensar que él en algún momento y sin darse cuenta aprendió que en la familia tenía que representar esta gran figura del padre autoritario que es siempre respetado y siempre obedecido. y yo, no sé bien si por naturaleza o por oposición, desarrollé muy rápido mi propio sentido de la justicia y mucha fuerza para defenderlo. inmediatamente después de esta etapa, calculo:


aún así hace ya años que tomamos la decisión firme de volver a encontrarnos, y tengo que decir que lo estamos consiguiendo: lo único que no podemos hacer juntos a estas alturas (y no creo que podamos nunca) es decidir dónde ver las uvas en nochevieja.
lo que sí quiero decir con esto es que nunca, nunca jamás, me he sentido desamparada, ni aunque sea por un segundo, ni aquellos días de octubre en que todo nuestro mundo dejó de existir. y tengo que reconocer que es aterrador. lo es porque, si todo lo que no ha salido ya fatal termina saliendo medio bien, algún día ya no los tendré conmigo. y este es un miedo que pesa cada día más, una de esas fobias que se desbloquea pasados los 30, cuando el paso del tiempo empieza a ser algo palpable.
pero esta no es una carta sobre el miedo. tampoco pretendía ser una carta sobre el amaparo. yo lo que quería era escribir sobre poner la mesa. pero una cosa ha llevado a la otra, y ahora sólo puedo dejaros aquí la carta que le envié a mis padres (de mi casa a mi casa) allá por 2004, cuando tuve el último momento de lucidez a este respecto y hasta la fecha:
Me encanta. Creo que con el tiempo te das cuenta de que esa sensación ademas de ser tan bonita es uno de los mayores privilegios que podemos tener
llorando con la carta